Todo comenzó con otra epidemia, una de cólera morbus de azotó México en el año 1833. Murió, dicen las crónicas, uno de cada diez habitantes de la ciudad. La metrópoli literalmente se diezmó entre el lamento de sus habitantes que no sabían cómo contener a su enemigo, salvo con rezos y estampitas religiosas. La enfermedad se ensañó con los pobladores de lo que hoy es la alcaldía de Iztapalapa en el perímetro del Cerro de la Estrella.

Eran comunidades populares, marginales, sin servicios de ningún tipo, mucho menos agua potable. Los pobladores, desesperados, invocaron a diferentes imágenes de Cristo que se veneraban en las ermitas de la zona, sobre todo el Señor de la Cuevita. Esa zona que siempre ha tenido, por cierto, una carga pesada de pensamiento mágico, incluso antes de la llegada de los españoles, con la ceremonia del Fuego Nuevo. El pensamiento mágico sigue vigente hasta nuestros días, como puede decirlo cualquier lector de Tripulante Mx que sea vecino del cerro.

Esos pobladores, decía, ofrecieron una manda: si cesaba la mortandad causada por diarreas incontenibles, ellos se comprometían a hacer cada año una representación del Vía Crucis y de otros pasajes bíblicos relativos a la Semana Santa. El Vía Crucis es la crónica de las vicisitudes de Cristo cargando la cruz hacia el Monte Calvario. Cuenta la leyenda que a los pocos días de que se hiciera la manda el cólera dio una tregua, la epidemia declinó. Dicen incluso que por la zona brotó de la nada un manantial de agua milagrosa que terminó de curar a los enfermos. Vaya usted a saber, igual y sí ocurrió.

Diez años después de la gran epidemia de cólera los habitantes cumplieron la manda. Comenzaron la representación de la Semana Mayor, primero con imágenes y después con actores improvisados. Esto es que en el año 1843 arrancó una tradición que ha llegado a ser parte de la vida de los habitantes de los ocho barrios de esa zona de Iztapalapa, la alcaldía más grande de la ciudad. Los barrios son los de San Lucas, Santa Bárbara, San Ignacio, San Pablo, San José, San Pedro, La Asunción y San Miguel 

Son representaciones de elevado nivel histriónico. Los actores son cuidadosamente seleccionados. Tienen que ser oriundos de la zona o hijos de vecinos conocidos. Ensayan por meses y en la producción se invierte mucho dinero. Hay tres mil vecinos que interpretan algún papel. La representación congrega en los días que dura a dos millones de personas.

Como en la época de la distancia social para evitar contagios por otra epidemia, la del Covid-19, aglomerar a esa cantidad de personas es una locura la Pasión de Iztapalapa estuvo cerca de ser suspendida. No obstante, el gobierno capitalino, a través de Claudia Sheinbaum y Clara Brugada, negoció con el Comité Organizador de la Semana Santa una salida inusitada propia de la era digital:  la representación se hará en el atrio de la Catedral del Señor de la Cuevita, pero sin espectadores. Los fieles y la gente interesada lo podrán seguir por los sistemas públicos de información federal y capitalino de televisión y por las redes sociales.

De modo que ahora sí estamos ante un evento de Iztapalapa para el mundo a través de Internet.