El tema que subyace en la película Jojo Rabbit, de Taika Waititi, es la propaganda. Es la alienación que se apropió de las conciencias en la Alemania nazi.
Ese Adolf, amigo imaginario de Johannes Betzler, es un símbolo de la omnipresente propaganda nacionalsocialista orquestada por Joseph Goebbels, cuyo fin era ocupar las mentes alemanas.
Con una vena sarcástica muy atinada, el director nos muestra a un inocente niño de diez años imbuido de la ideología nazi que le llega de todas partes, excepto de su hogar.
El mismo matiz inocente lo tiene el amigo real de Jojo, el pragmático Yorki, quien, ante los desplantes del pequeño nazi, siempre tiene una respuesta para sus inquietudes y una visión que lo ayuda a enfrentarse a la realidad que les toca vivir.
La contraparte la lleva Elsa, la joven judía, cuya perspectiva adolescente conquista el corazón del mozalbete antisemita.
Con sus tintes de humor y drama, Waititi refleja, incluso con toques absurdos, cómo funcionaba la maquinaria propagandística en todos los aspectos de la vida cotidiana.
Ese espíritu irreverente del neozelandés hace que el anacronismo de la pieza inicial del filme —“Quiero estrechar tu mano”, de los Beatles, en versión alemana— sea una muestra de la psicología de masas en todos los terrenos y momentos de la historia. Las secuencias reales de los alemanes manifestando su delirio por el Führer, son del todo equivalentes a las que se aprecian entre los fanáticos del cuarteto de Liverpool.
Las imágenes de la invasión aliada al pequeño asentamiento alemán nos revelan a una población que todavía está convencida del triunfo germano y del temor que tenían a los ejércitos enemigos de los que les habían hecho creer que eran salvajes capaces de comerse a los niños y violar a los perros.
Las escenas, aunque caricaturizadas, no están muy alejadas de la realidad.
El formidable aparato de propaganda que incluía mensajes machaconamente repetidos, educación, adoctrinamiento y hasta los juegos y diversiones, mantuvo la idea de que era mejor morir por la magna Alemania que dejarse dominar por los ejércitos aliados manipulados por la conjura semita.
Las viñetas que hace el pequeño Jojo en su libro sobre los judíos se desprenden de reales prejuicios de la época… y de ahora. Veamos y ríamos con la cinta, pero también reflexionemos sobre nuestro entorno. Migrantes, discordantes, amigos con ideas diferentes… ¿Qué tan lejos estamos de lo que nos presenta la pantalla?
Hubo, en aquel panorama, personas disidentes, como se ha demostrado a lo largo de la historia.
Rosie Betzler (Scarlett Johansson) personifica estas voces. También lo es, aunque de manera indirecta, el juego cómplice del capitán Klezendorf.
Era una época en la cual era difícil sobreponerse a la realidad.
Muchos niños y jóvenes, con o sin gusto, debieron sumarse a las filas de las Juventudes Hitlerianas. Fue el caso del Nobel Günter Grass, como queda claro en su novela El tambor de hojalata y en su libro autobiográfico Pelando la cebolla. También lo fue el Papa Ratzinger.
Era algo inevitable y, en los momentos críticos, estos jóvenes y niños debieron empuñar las armas.
Las mentes infantiles y juveniles siempre están en la mira de las ideologías autoritarias: Juventudes hitlerianas, fascistas, franquistas, pioneritos, komsomoles soviéticos, jóvenes de la revolución cultural maoísta… hasta los jesuitas que pedían a los niños para educarlos.
Jojo Rabbit es una película satírica, pero que nos habla de la usurpación de la inocencia en aras de las peores causas.
Afortunadamente, Waititi nos da un filme donde podemos recobrar la inocencia.