A pesar de ser el grafitero más famoso del mundo, su verdadera identidad es un secreto que la desaforada innovación tecnológica de nuestros días no ha podido develar. Me refiero a Banksy.
¿Qué sabemos de cierto de él? Se da por hecho, aunque no hay un acta de nacimiento a la vista, que es un artista británico cincuentón, oriundo de la próspera ciudad portuaria de Bristol, donde comenzó a su carrera de pintar con aerosol las paredes.
No es, ni con mucho, el favorito de la crítica especializada que suele considerarlo un artista sobrevalorado. Lo que nadie regatea es su destreza para darle a sus grafitis visibilidad internacional. Es parte del debate de temas torales de la agenda noticiosa como la migración. Lo hace desde un punto de vista irónico, incluso satírico. Se asume como provocador. Se le atribuye la sentencia “El arte debería confortar a los perturbados y perturbar a los confortables”.
Los que se han tomado la molestia de indagar su identidad mencionan con regularidad dos nombres, el de Robert del Naja, líder de la banda musical Massive Attack. Se basan en que Robert, apodado 3D, era un conocido artista callejero antes de integrase a la banda y que varios de los grafitis firmados por Banksy aparecieron en ciudades donde la banda acababa de ofrecer conciertos
Hay quien dice, como anécdota al margen, que un grafiti hecho a partir de la célebre fotografía de Pedro Valtierra de una mujer indígena empujando a un enorme soldado, y que decora un caracol zapatista en las montañas de Chiapas es obra de Banksy.
El otro nombre bajo sospecha es el de Robin Gunningham, artista plástico británico que tiene dentadura de oro. Ni Robin ni Robert han aceptado ser Banksy por lo que el abanico de posibilidades se amplía. No es descabellada la tesis de que no se trata de un artista individual, sino de un colectivo aficionado a las fechorías plásticas.
Trabajar desde la clandestinidad fue al principio una forma de atribuir las obras al pueblo, pero en poco tiempo se transformó en una estrategia de mercadotecnia que ha conseguido una contradicción monumental, que el grafiti sea parte del mainstream del mercado del arte.
No hace mucho, a la mitad de una subasta, una de las obras de Banksy, cotizada en más de un millón de euros, se autodestruyó en una trituradora de papel a la vista de todos. La parte que se logró salvar mantuvo su valor de mercado. Eso no es todo, una pintura de la Cámara de los Comunes británica, con monos chimpancés ocupando las curules, se vendió en 11 millones de euros.