“Hay que bajarle al miedo” propuso Hugo López-Gatell, subsecretario de Salud y vocero del gobierno mexicano para el caso del coronavirus. Es más fácil decirlo que dejar de preocuparse. La sensación dominante es que se cierne sobre el país una crisis de grandes dimensiones. Al principio de carácter sanitario, pero también de orden económico y social.
Hay quien dice que es demasiado pronto para preocuparnos, que contagiar miedo es irresponsable porque los contagios todavía son mínimos y no hay certeza de que se disparen como para entrar en pánico. Hay que bajarle dos rayitas, dicen.
En el otro extremo, un grupo amplio de personas van a los centros comerciales y vacían los anaqueles de papel sanitario y realizan compras de pánico, lo que es sin duda una insensatez. Amontonar en la despensa todo el papel de baño, el alcohol, el gel anti bacterial de la colonia no hará un entorno más saludable ni mucho menos. En esos casos el miedo muestra rasgos de locura.
El hecho verificable es que el problema crece de manera exponencial. La primera nota que publicamos en Tripulante Mx sobre el coronavirus, en enero, marcaba 444 contagios y 17 defunciones. Un mes después, en febrero, eran 75 mil contagios y 2 mil 120 defunciones. A mediados de marzo son 140 mil contagios con 5 mil muertos. De 444 a 140, 000 contagios en menos de dos meses es un crecimiento dramático, sobre todo porque en países como los de América Latina, México en particular, la curva de contagios está en su nivel inicial. Hacia final de mes detonarán los contagios locales, por ahora seguimos con los exportados.
La tasa de letalidad cambia de país a país. El promedio general es del dos por ciento. Los adultos mayores son, dicen, los más vulnerables. Una persona joven en buen estado de salud resentirá el coronavirus como una gripe fuerte, nada más. Una persona enferma con las defensas bajas o mayor de 70 años se las verá negras.
Europa y Estados Unidos ya han tomado medidas de emergencia draconianas, incluida la cancelación de los vuelos intercontinentales y restricciones a la movilidad interior, mientras que en México todavía están abiertos los eventos masivos. Y la gente se desplaza sin restricciones. ¿Estamos ante una imprudencia que puede tener consecuencias políticas mayores?
Por otro lado, cerrar las actividades equivale a que mucha gente que vive al día se quede sin ingresos, por ejemplo, en el ámbito del turismo donde cientos de miles de familia ven con mucha preocupación el futuro inmediato. Muchos compatriotas no tienen dinero para llenar despensas y esperar en casa viendo series y películas en la televisión. Si no trabajan, no comen. Un plan de emergencia tiene que contemplar la repartición de alimentos.
El hecho es que la crisis por el coronavirus ya está aquí y todos estaremos a prueba. El gobierno, empresarios, medios, escuelas, organizaciones de la sociedad civil, tendrán que hacer su parte. De los propios ciudadanos depende en buena medida que atravesemos rápido la contingencia, sin pánico pero sin desidia.