Madres y padres llevan siglos sintiendo culpa cada vez que se enferman y exponen a sus hijos a un posible contagio. Cocineras de lugares sin agua potable, saben que lo más importante es la higiene de sus manos para salvar a los nada privilegiados de este sistema de capitales heterosexuales. Enfermeras exponen su propia salud para llevar a cabo los cuidados diarios de gente que no puede valerse por sí misma; saben que en sus manos limpias está la salud de mucha gente. ¡Vaya! Hay incluso quien se lava las manos con sumo cuidado para no ensuciar la pantalla táctil de los aparatos electrónicos que tanto cuestan.

Nos lavamos las manos antes de comer y después de ir al baño. Nos lavamos las manos después de barrer y sacudir para que el polvo no corte nuestra piel. Nos lavamos las manos después de usar cloro y jabones fuertes en el aseo de la casa, de la oficina, de la calle. Sabemos que un pequeño derrame nos dará urticaria, si no lo enjuagamos con abundante agua y jabón.

Nos lavamos las manos para alimentar a nuestros bebés y a nuestros ancianos. Sabemos que su sistema de defensa es más frágil que el nuestro y no queremos hacerles daño.

Nos lavamos las manos antes de aplicar cremas, mascarillas, maquillaje y tenemos mucho cuidado de no soplarle a nuestros productos de cuidado, pues podemos infectarlos con hongos o bacterias.

No recuerdo haber visto a un maestro o maestra con las manos sucias al inicio de una clase.

Quizá lavarse las manos no sea decisión, sino circunstancia.

¿A quién se le olvida lavarse las manos? A quien no cocina, a quien no limpia, a quien no ayuda, a quien no coopera. A aquel que eligió no cuidarse ni a sí mismo. A quien está sufriendo la cuarentena porque tiene que trapear y preparar alimentos por primera vez en su vida. El que no puede resolver su higiene con dinero.

La decisión de sobrevivir quizá tampoco sea personal, las circunstancias lo hará por nosotros. Recordemos que en crisis como la que atravesamos, siempre mata a las mismas clases, las mismas razas, los mismos géneros.

El cuento de la victoria lo cuentan los mismos.

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Me pregunto qué estaba haciendo tanta gente rica en Aspen cuando se contagiaron entre ellos. No estaban cocinando; no estaban limpiando. Y puedo asegurar que no estaban lavándose las manos.