En la historia de la fotografía en México hay mujeres cuyos trabajos han permanecido a la sombra del de sus esposos y sus nombres son reconocidos apenas por un puñado de académicos o especialistas en esa disciplina. Es el caso de Caecilie Seler-Sach, fotógrafa alemana que fue una de las exploradoras pioneras en nuestro país.
Su nombre siempre ha estado ligado al de su esposo, Eduard Seler, etnólogo y antropólogo reconocido por sus aportaciones a los estudios mesoamericanos. Y sin duda, como pareja hicieron un monumental trabajo de registro arqueológico, botánico y de exploración durante viajes intermitentes que a lo largo de 23 años realizaron a regiones como Yucatán y, algunas nunca antes exploradas, como la Mixteca y la Huasteca. Sin embargo, el trabajo iconográfico y etnográfico de ella brilla con luz propia.
Sus imágenes se caracterizaron sobre todo por capturar paisajes y escenas de la vida cotidiana de los pueblos que visitaba, mientras que en sus apuntes etnográficos sobresalía un tema que le interesaba: la condición de las mujeres mexicanas.
Aquí, por ejemplo, te presentamos algunas de sus imágenes reproducidas en postales que, además de mostrarnos las provincias de un México muy lejano, revelan que Caecilie defendía la autoría de sus imágenes en una época en la que las casas editoriales mexicanas no acostumbraban firmar con el nombre de los fotógrafos. El nombre de esta pionera, en cambio, aparece escrito en esas tarjetas que muestran escenas de provincias como Xalapa o Yucatán.
Sus imágenes fueron impresas en México por Ruhland and Ahlschier, una librería que fue una de las primeras en hacer circular postales en el país, a principios de 1900. Para entonces, esta visionaria casa se enfocaba en reproducir tomas de vistas, edificios y monumentos de las principales ciudades, lugares turísticos, así como montajes fotográficos de estudio. Las de Caecilie tienen un sello propio. Su lente se centra en capturar panorámicas, la arquitectura vernácula desde una mirada distinta, así como a pobladores en su entorno.
José Antonio Rodríguez, uno de los estudiosos de la fotografía en el país, autor del libro Fotógrafas en México 1872-1960, en el que rescata la labor de las pioneras en esa disciplina, señala que en el trabajo de esta exploradora los personajes adquieren un papel importante al retratarlos en sus labores cotidianas, lejos de ser meros cuerpos exóticos, una actitud voyerista muy practicada por los exploradores y etnólogos europeos de esa época. Así, las imágenes de ella muestran a mujeres que recogen agua o lavan, a hombres que rescatan piezas prehispánicas.
De esos viajes al país, incluso a territorios de Guatemala, sobresalen también su labor como escritora y editora. Rodríguez refiere que en 1889 Caecilie publica los primeros testimonios de sus recorridos, pero “por estrategias de venta” es su esposo quien firma el libro, pues para entonces él era más conocido en el medio. La mirada femenina de ella, sin embargo, está presente a lo largo de esa publicación que, entre otras cosas, subraya las condiciones sociales de la mujer en el país.
Nacida en 1855 en una familia berlinesa privilegiada, Caecilie tuvo contacto desde muy joven con intelectuales de la época y pronto se involucró en los movimientos feministas que a finales del siglo XIX iniciaron el largo camino hacia la aprobación del voto femenino, una lucha que en países como Alemania ve resultados hasta 1919, después de la Primera Guerra Mundial. Desde 1894 ella participa en congresos internacionales sobre mujeres.
Por ello, no es extraño que en sus apuntes se interese por registrar la vida de las mujeres mexicanas, además de tomar una postura crítica ante situaciones de desigualdad, como las deplorables tiendas de raya que reducía a los peones a esclavos. También aprovecha para reafirmar su rechazo a los comportamientos machistas con lo que se topó durante esos viajes. En el libro “Eduard y Caecilie Seler, sistematización de los estudios americanistas y sus repercusiones”, editado por Renata von Hanffstengel y Cecilia Tercero Vasconcelos, se recogen algunas de esas situaciones incómodas para ella, como la vez que en Guatemala un hombre se rehúsa a cabalgar en compañía de “damas”, por lo que ella tiene que partir una hora después que sus acompañantes; o cuando un día, en Chiapas, se percató que lo único que la gente esperaba del comportamiento de una mujer era sostener una conversación banal.
A pesar de esas experiencias, logró un trabajo fotográfico rico y diverso. Además de las postales, documentó sitios arqueológicos y registró plantas hasta entonces desconocidas. Junto a su compañero de viaje creó una colección herbolaria importante de la península de Yucatán y algunas de esas especies recibieron el nombre botánico de ellos, seleriana o caeciliana.
En su país logró posicionarse como una exploradora reconocida. En 1900 fue aceptada como miembro vitalicio de la Sociedad Berlinesa de Antropología, Etnología y Arqueología, a la vez que participaba en congresos internacionales de americanistas y seguía publicando sus libros de viajes. Continúa también su participación en asociaciones feministas y americanistas.
En México, sus fotografías han sido incluidas en exposiciones como “Caecilie Seler-Sachs, 1855 – 1935: una mirada amorosa al México de hace 100 años”, montada en 1998 en la Biblioteca de México; y más recientemente, en la exposición “Fotógrafas en México 1872 – 1960”, curada por José Antonio Rodríguez en 2011 en el Museo de Arte Moderno y después exhibida en Casa de América en Madrid. Una gran parte de su obra, sin embargo, sigue siendo poco conocida.