Para Briss, mi hermana mayor
que siempre se ha comportado como tal.
Te quiero y extraño
Cuba 2011. Mi primer viaje fuera de México. La Cuba idealizada por las lecturas marxistas universitarias. Las ganas de salir un poco de mí.
Ese cuerpo en recuperación que contaba días sin dormir y sin poder comer. El miedo y el pánico se habían apoderado de la Wendy de ese entonces. Había dejado mi trabajo, la Ciudad de México, la prisa, el smog, el tráfico, las fiestas, las aventuras. Llevaba meses viviendo en el resguardo del hogar familiar. En mi Jilo. Ideando nuevas formas de sobrevivir. Literal, sobrevivir ante la estampida de los ataques de pánico que sucedían a diario.
Mi mamá me ayudó a pagar el viaje. Me fui sabiendo que esa escapada, esa huida, respondía a esas ganas constantes de moverme.
La imagen de la Habana suspendida en la nostalgia. Rota e imperfecta por el paso del tiempo. Por la lucha entre dos sistemas económicos. Resistiendo.
Resistiendo como yo lo hacía a la incomprensión de mi ser. Caminé por sus calles observando la belleza de la herida, de la imperfección. De los edificios a punto de colapsar pero con un color y esencia única.
La belleza de ese lugar me hizo querer estudiar Estética y Arte. Entender. Entender lo que miraba, interpretarlo. Apreciar.
Los últimos días fui a Varadero. Sólo para descubrir que no me gustan los hoteles grandes. Ni las promesas de los centros vacacionales. Pero ese azul intenso y esa arena blanca me la quedo. Así como esa imagen de mi hermana mayor y yo en el vochito en medio de ese mar, que me regresó tranquilidad.
Cuba me alentó a volver a estudiar e intentar otra vez vivir. Fui primero para Puebla y no funcionó. Regresé a mi DF a trabajar como periodista.
La ansiedad me ha acompañado toda mi vida. Es incómoda y durante años, indeseable. Me ha tomado tiempo verla como una vieja amiga que a veces se aparece para darme algún mensaje. Cuando se presenta ya no es con la misma magnitud. Ya no es ese terremoto que hizo trizas mi vida. Que me dejó en los huesos, por el miedo a comer y morir asfixiada.
Ahora tengo muchas más herramientas y he aprendido a aceptarla. A dejarla estar. A no luchar contra ella. Me ha tomado más de una década.
Pero aquí estoy ahora contemplando. Apreciando sin necesidad de un doctorado para hacerlo. Entendiendo que la incomodidad y el sufrimiento son parte de la vida. Pero siempre hay nuevas formas para vivir y estar.