Cambio de carrera: sostenerse entre el duelo y la incertidumbre


Cambiar de carrera da vértigo. No solo por lo que dejamos atrás, sino por los duelos que cargamos al hacerlo: los sueños que se cierran, las rutinas que se deshacen, la identidad que creímos tener y que ya no nos sostiene. La incertidumbre se instala como una visita no invitada que se queda, que habla en susurros de miedo y de preguntas sin respuesta. Y nos obliga a mirar de otra manera.
Vengo del periodismo. Más de una década escuchando voces, escribiendo y editando historias. Cuando empecé a estudiar psicología, pasados los treinta, no dejé esas herramientas: las llevé conmigo como quien empaca lo justo para no perderse. Observar. Preguntar. Escuchar. Esa continuidad se volvió brújula en medio del vértigo del cambio.
Sigo participando en proyectos periodísticos, pero ahora mi foco está en otro tipo de narrativa: la que se despliega en el espacio terapéutico. Acompañar procesos. Estar ahí mientras una historia se rompe, se enreda o encuentra un hilo posible.
Hay algo que une mis dos oficios: el lenguaje. Esa herramienta que usamos para contar(nos), para nombrar lo que duele o lo que aún no entendemos. También lo que no se dice: las pausas, las evasivas, las formas que tiene el cuerpo de hablar cuando no encuentra palabras. En el periodismo, como en la psicología, se trata de escuchar, observar, priorizar y entender cómo construimos sentidos, cómo actuamos incluso sin saber por qué o para qué.
Cambiar no es avanzar en línea recta. Hay días nítidos y días en los que todo se vuelve ruido. Hay dudas, miedo, frustración, enojo, tristeza. Hay momentos en los que parece que retrocedes o te sientes estancada. Hay pasos torpes, silencios largos, cansancio que se cuela por los huesos. A veces el cambio no se nota de inmediato. Otras veces, sacude todo lo que creías seguro y deja un vacío que duele, que descoloca, que asusta.
Cambiar no es llegar a una meta; es aprender a quedarte contigo en medio del duelo y la incertidumbre. Es mirar de frente lo que duele sin dejar que te defina. Cambiar es reconfigurar lo que perdiste, integrar la pena, aprender de ella, y dejar que cada pérdida abra espacio a nuevas formas de estar en el mundo. No eres la misma, pero tampoco completamente otra. Eres quien ha aprendido a sostenerse cuando todo se mueve.
Cambiar es reconciliarte con tus sombras, aceptar que no necesitas borrarlas para avanzar. Es reconocer la belleza en lo que se desordena, en lo que duele, en lo que se transforma. La vida no siempre se acomoda, pero aun así, sigue fluyendo.
Desde la psicología conductual-contextual aprendí algo que me cambió el eje: no soy un ente inamovible. Soy interacción. Historia de aprendizaje, de vínculos, de respuestas al entorno. Lo que fui y lo que hice está aquí; no se desecha. Se resignifica. Se transforma en recursos, en perspectivas.
Soy la contenedora de experiencias, sensaciones, pensamientos y emociones que van y vienen. Puedo sentir miedo sin que me absorba, recordar el dolor sin quedarme a vivir en él. Hay un espacio dentro de mí que permanece, incluso cuando todo cambia. Desde ahí observo, nombro, sostengo. Y en ese mirar se abre la posibilidad de reconstruirme sin negar lo que fui: soy el lugar donde todo ocurre, el escenario donde la historia sigue escribiéndose, con sus pausas, repeticiones y giros inesperados.
Las terapias contextuales —ACT, DBT, FAP— no buscan eliminar el malestar. Lo reconocen. Le hacen lugar. La frustración, la ansiedad, el cansancio de no saber: no son errores, son señales del viaje. Emociones que guían, empujan y enseñan. La práctica está en sentir, observar, elegir. Incluso cuando duele. Especialmente cuando duele.
Hoy sigo formándome en enfoques que se sostienen con evidencia científica, con presencia, con humanidad. Y al mismo tiempo, sigo explorando, mirando el mundo con la curiosidad con la que escribía crónicas y columnas. Nada se borra. Todo se suma. La incertidumbre no desaparece, pero ya no paraliza. Se vuelve señal: estoy en terreno nuevo.
Hannah Arendt decía que el espíritu del trabajo no se mide por el esfuerzo, sino por la capacidad de empezar algo nuevo. Eso es cambiar de vocación: no dejar de ser, sino empezar de otra forma, con todo lo que una ya es.
No existe un punto cero. Se empieza con lo que llevamos puesto: experiencias, habilidades, errores, preguntas, heridas, intuiciones. La incertidumbre es parte del precio, pero también la prueba de que estamos transformándonos. Ahí, justo ahí, empieza a dibujarse lo posible.
Si estás pensando en cambiar de carrera, no esperes certezas. No las hay. Pero sí hay dirección. Hay sentido. Hay voz. Y es tuya.