Escribo esto porque estoy segura que todos en algún momento nos hemos visto reflejados en una narrativa que se parece a la nuestra, nos encontramos mientras nos perdemos en alguna canción, nos miramos en los ojos de los otros.  Escribo esto porque ver Marriage Story (Baumbach, 2019) me explotó el corazón y el llanto.

Descubrí esta película en un episodio existencial en que me resulta muy fácil verme representada a mí misma y a mi familia en un guión que es como es, igual que la vida.  Hay diferencias naturalmente, pero el leitmotiv es el mismo en ambos casos. 

La primera vez que intenté verla comencé a escuchar las razones por las que Nicole le gusta a Charlie y me sobresaltó aquella parte en la que menciona la fuerza que tiene para abrir envases. Inmediatamente vinieron a mí todos aquellos momentos en que la única persona facultada para abrir el frasco de mayonesa en casa era yo.  Renuncié a verla cuando Nicole habla sobre lo prolijo que es Charlie, su incapacidad para lucir ridículo, su eterno siempre verse bien. No pude. Cerré los ojos y vi a mi propio Charlie vestido impecablemente de traje, con el bigote perfectamente recortado, su delicioso olor, sus zapatos perfectos, su sonrisa impoluta. 

El segundo intento lo hice después de una pelea monumental. No fue buena idea. Finalmente, la vi, después de que mi propia historia volcó con toda la violencia, logré sentarme a oscuras, con un trago en la mano a ver a Scarlett Johansson interpretarme.

Empecé a encontrar las similitudes: mi Charlie y yo trabajamos juntos también, vivimos en la ciudad elegida por él, tenemos un Henry de seis años; él tampoco solía dormir sin darme sus impresiones acerca de mi desempeño o sin compartirme una idea sobre sus quehaceres laborales para pedir mi opinión.

 Llegó un momento en que yo también le escuchaba incólume hasta que me daba la vuelta y soltaba el llanto sobre la almohada. Igual que Nicole me fui corriendo a casa de mi madre, aunque mi forma de vida me lo permitió únicamente dos semanas durante las vacaciones de Navidad.  Mi Henry y yo también amanecemos juntos en este momento de transición. De la misma manera que en la película, he solicitado el divorcio incausado, y mi abogada, notificará de ello a Charlie en dos semanas para la primera audiencia. Tampoco queríamos abogados, tampoco deseábamos esta clase de separación, tampoco pensamos que esto se rompería, de ser así, no nos habríamos casado nunca.

Igual que en la película, ni Charlie ni yo somos villanos o víctimas, solo tomamos decisiones y no siempre fueron las correctas o las menos dañinas. Aquí no hubo el malo malo ni la buena mensa o viceversa.

 Aquí hay humanos tratando de salir adelante, de sanar, de perdonar, de continuar con sus vidas, de aprender a caminar solos pero con plena consciencia de que la relación, ahora deformada, después transformada para bien (al menos eso espero), no se termina porque amamos a Henry y él nos necesita. Henry no está sufriendo porque basta con que sufran sus padres y de eso se aseguran ellos: nosotros.

La historia de mi matrimonio, mi propio principio se remonta al 2005 cuando Charlie fue mi maestro en la Universidad.  Sí, igual yo me enamoré a los dos minutos de verlo.  Él nunca correspondió a mi sonrisa. 

Pasaron los años y lo rencontré en el 2011, para ese momento ya éramos colegas, me costó mucho trabajo conquistarlo, pero finalmente salimos a cenar, escuchar jazz, a beber whisky (no sé por qué si no me gusta y justo ahí empezó el problema), y tampoco me fui a partir de ahí. Nos casamos en 2012, Henry nació en 2013.  Yo dejé de trabajar para iniciar una carrera académica que no sé bien si tenía ganas de hacer, pero él creía que era lo que yo necesitaba. Me dediqué a estudiar para ganar su aprobación, para ser suficiente, para alcanzarle. Charlie es casi treinta años mayor que yo, pero lo amaba profundamente, lo admiraba y solo deseaba ser una mujer a la que él pudiera amar sin reticencias, sin hacerle un favor, como su igual.  Nunca sentí que él fuera afortunado por tenerme, al contrario, siempre me sentí en deuda. Ahora, un año cuatro meses después de que se acabó la pareja y nueve meses después de que comenzamos a vivir separados, hay muchas ocasiones en la que siento que todavía le debo los intereses.

En la reunión en la que Nicole conoce a Nora, ella le dice “lo que estás haciendo es un acto de esperanza” refiriéndose al divorcio. Es cierto, para muchas mujeres iniciar legalmente este proceso es un acto de esperanza porque efectivamente habla en nosotros la voluntad de vivir diferente, de sentirnos bien en nuestra piel, de buscar un lugar mejor para nosotras en donde podamos ser otras muchas cosas además de la pareja de Charlie o la mamá de Henry, en el que existamos por nosotras mismas y se sepa nuestro nombre, en el que digamos lo que pensamos, disintamos cuando no estamos de acuerdo, podamos elegir el corte de cabello sin esperar que le guste a alguien más que a nosotras mismas, en el que brillemos por nuestros logros, en el que se nos reconozca por lo que somos.  Así que no, elegir el divorcio no es tan simple como aceptar que ya no hay amor.  Es aceptar que es necesario amarse más a una misma.

Cuando pensé en escribir este texto hace cuatro o cinco semanas tenía una idea distinta.  Hasta ese momento Charlie y yo vivíamos cerca, él y Henry se veían los fines de semana, pero ambos lo llevábamos a la escuela, ocasionalmente desayunábamos, paseábamos los tres.  Charlie seguía al pendiente de mí y yo de él. La pareja había terminado un año atrás, pero la familia seguía viva y unida. De haber visto la película y escrito esto entonces habría señalado con vehemencia que en la historia de mi matrimonio no hubo una directora de escena que trabajara junto a nosotros, ni mentiras, ni delito cibernético.  Pero un viernes en la noche, se me cayó el sistema de valores. Y ahí empezó el despeñadero.

Pienso en la discusión entre Charlie y Nicole que tiene lugar en la casa de él, en donde comienzan a decirse cosas que eran obvias para sí mismos pero que pareció que el otro nunca entendió y conforme sube el tono van descendiendo a la bestialidad de las comparaciones, de la rabia, de lo no dicho, de lo deseado, de la frustración, del egoísmo, del resentimiento. Justo ahí, en ese punto, en el que se reprochan tantas cosas, una sola imagen, una sola, muestra lo difícil que es comprendernos entre personas. ¿Hubo infidelidad? Ya no eran pareja porque Charlie dormía en el sillón, sin embargo la directora de escena trabajaba con ellos, pasaba tiempo junto a Nicole, la conocía, se encontraban hasta en las reuniones en el bar porque pertenecían al mismo grupo.  Nicole se siente traicionada.  Charlie le dice que lo hizo porque ya no había contacto íntimo entre ellos desde un año atrás (¿o eso lo imaginé?).  ¿Quién de los dos tiene la razón? Hago una pregunta abierta porque mi postura es clara debido a mis circunstancias.  Charlie le grita que no debería molestarle que se acostara con ella, sino que se reía junto a ella. Tal vez más que molestia, es muy dolorosa la risa conjunta sobre las propias ruinas.

Y a partir de entonces los pequeños comentarios magnificados, los defectos expuestos, los pequeños errores como granadas en los juzgados. Los abogados mordiéndose y mordiéndolos, y ellos, mirando cómo el hilo se rompe por lo más delgado. De pronto una señal en medio del mar: unir los tres sus fuerzas sobre el peso muerto de un portón que hay que cerrar. Un año después, gracias a Henry finalmente Charlie sabe aquello que Nicole no podía decir.  Se trata de su amor por él, del inmenso amor que no se acaba, pero que se ha transformado para hacerlos libres.

En la historia de mi matrimonio el tiempo no es flexible, ni la burocracia mexicana tan rápida, ni los protagonistas tan inteligentes.  Deseo que este proceso que se ha alargado hasta lo indecible, resulte en lo mejor para Henry que es lo único realmente maravilloso que queda del nosotros.  Deseo que un día también pueda agacharme para amarrarle las agujetas a Charlie como muestra de cuidado, de afecto y de procuración.  Deseo que yo tenga ganas y deseo que él me lo permita. Porque sí, estoy haciendo un salto de fe. Un acto de esperanza para los tres.