Uno de los sucesos más esperados en este inicio del 2020 para la escena artística, en especial para la fotografía, era la reapertura del museo del International Center of Photography (ICP) en su nueva sede del Lower East Side, en Manhattan, Nueva York.

La intensa actividad turística y financiera en Nueva York genera una desquiciada carrera por atraer al mayor número de visitantes y clientes posibles; lo mismo aplica para un restaurante que para un museo. En este contexto, la oferta de experiencias culturales es amplia, pero la sospecha de lo falso y lo carente de espíritu siempre ronda cuando se anuncia la apertura de un nuevo espacio.

Creado en 1974 por Cornell Capa, el ICP resguarda actualmente importantes archivos fotográficos como el de Robert Capa, Maya Goded, Weegee o Gerda Taro, por mencionar algunos. Por otro lado, de sus aulas egresan cada año profesionales del medio, entre las que destacan Evgenia Arbugaeva y Sarah Blesner.

El ICP podrá no tener los reflectores que tienen otras instituciones de Nueva York, como el MoMA o el MET, pero indiscutiblemente es una institución clave en la materia a nivel mundial.

Con esta certeza en mente y al mismo tiempo rumiando aquellas ideas sobre lo falso y lo auténtico de la experiencia cultural neoyorquina, me inquietaba saber con cual exposición planeaba el ICP inaugurar la nueva sede. Invitado por mi querida amiga Daniela López, quien trabaja actualmente en el archivo fotográfico del ICP, fui a la fiesta de apertura para averiguar cuál era la apuesta.

La fila para entrar le daba la vuelta a la manzana y el ánimo vibraba en la calle más en el tono previo a un concierto: personal de seguridad en la entrada y cervezas y porros rolando a la vuelta de la esquina. Al interior del recinto, un ejército de anfitriones y anfitrionas que parecían estar doblando turno después de una pasarela, te recibían con una seductora sonrisa, un pretzel o un bowl de noodles fríos.

Foto: Daniela López

Contact High: A Visual History of Hip-Hop

Una amplia colección de retratos de los personajes icónicos del Rap y el Hip-hop de todos los tiempos conforman Contact High: A Visual History of Hip-Hop, la exposición central, que en principio vale mucho la pena por la mera oportunidad de ver reproducciones a gran escala de las fotografías que en su momento aparecieron en importantes revistas musicales o en carátulas de discos. Además, la muestra incluye algunos materiales audiovisuales inéditos, todo en torno a uno de los géneros musicales nacidos en Nueva York más influyentes en las últimas décadas.

Cuando la fiesta estaba en su apogeo, la seriedad que imponen las salas de los museos se había relajado bastante y aquello era pura efusividad y camaradería entre los amantes del Hip-hop, quienes parecían reconocerse al fluir de los tragos y las pistas de un par de DJs que amenizaron la noche. La algarabía, el derroche de estilo y la excentricidad propia de los neoyorquinos enfiestados calentaban la fría noche de invierno.

Los más desinhibidos aprovechaban cualquier espacio para tomarse fotos junto a los retratos de sus raperos favoritos. El vibrante retrato del Rey de NY, Biggie Smalls, era uno de los más solicitados. Un retrato de Tupac, cuyo estilo sigue vigente en la forma de vestir de los chicos en las calles de Brooklyn o Harlem, era otro favorito.

Foto por Daniela López

Para mí A great day in Hip hop, la foto de Gordon Parks de 1998 en la que capturó a 177 raperos en el mítico número 17 de la 126th del East Harlem fue mi favorita, es una de las joyas de la exposición, porque intuyo que en su franca alusión a A great day in Harlem, la foto de Art Kane en la que retrató a los jazzistas neoyorquinos de los años 50, exactamente en el mismo lugar, habita la continuidad de una manifestación cultural vibrante: jazz y Hip-hop, arte musical y energía vital. Improvisación y verso. Identidad, manifiesto político, fiesta y protesta. Resistencia. Música. Nueva York.

En una ciudad donde toda esa energía está siempre latente y donde uno ve casi todos los días a chicos rapeando en el subway, en voz baja y para sí mismos, pero con la esperanza y la mirada fija en millones de escuchas imaginarios, no había duda, Contact High… sería un éxito; sin embargo, la muestra va más allá de la mera remembranza: es una exploración al proceso creativo y un homenaje a los fotógrafos y fotógrafas que vivieron la escena y la capturaron con su cámara.

Contact High: A Visual History of Hip-hop se deriva del libro homónimo de la periodista y curadora Vikki Tobak, en el que cada fotografía icónica se publicó junto a las hojas de contacto de la misma sesión fotográfica. Las hojas de contacto son las primeras pruebas que los fotógrafos que trabajan con película (rollo) hacen para seleccionar la foto a publicar. Estas hojas se consiguen imprimiendo en papel fotográfico las tiras de negativo y son la primera visualización de las imágenes en positivo.

Publicar las hojas de contacto en el libro y exponerlas en el ICP, representa la verdadera riqueza de Contact High porque de esta manera asistimos, no solo al proceso creativo y a la construcción de una fotografía, sino a una suerte de detrás de cámaras de la creación de las imágenes icónicas de una era. Es decir, cada decisión tomada por los fotógrafos y editores, basados en esas primeras pruebas, determinaría los gestos, las poses, la ropa y otros detalles de la estética que influiría a millones en el mundo.

Foto por Daniela López

Además, en las hojas de contacto es posible observar detalles del contexto de la sesión fotográfica: otros ángulos de la calle, otros personajes que no aparecen en las fotos finales, otras expresiones de los raperos o algunas personas observando. Todas ellas son imágenes invaluables que redimensionan nuestra perspectiva sobre la cultura del Hip-hop.

Finalmente, esta decisión curatorial nos permite entender qué tan cercanos estaban los fotógrafos a esta escena musical, pues en las hojas de contacto se cuelan imágenens más casuales de momentos previos o posteriores a la sesión.

El triunfo de la exposición es que los fotógrafos y al arte fotográfico se convirtieron en los protagonistas y guías de un nuevo acercamiento a un hito en la cultura popular.

Las otras exposiciones

Contact High: A Visual History of Hip-hop comparte piso con I can make you feel good, una exposición pequeñita pero valiosa sobre el trabajo del joven y talentoso Tyller Mitchel, en la que reflexiona sobre la diferencia entre la representación fotográfica de las personas blancas y las de color, y cómo estas determinan ciertos comportamientos en la vida cotidiana.

En el piso de arriba se se exhibe James Coupe: Warriors, muestra que revisita la película The Warriors (Walter Hill, 1979) y nos recuerda el contexto de racismo e inequidad económica que subyace en la historia de la cinta, al tiempo que interviene el filme a través de algoritmos para reflexionar sobre la presencia de tecnologías de vigilancia e identificación en la vida cotidiana. El tema de la exposición es interesante y las reflexiones sobre estos temas en Estados Unidos son urgentes; me queda la duda si la exposición en sí logra transmitir, más allá de su ficha de explicación, exactamente cómo funciona todo aquello. 

Por último, The Lower East Side es el tributo del ICP al nuevo barrio que lo recibe y en la cual se pueden apreciar una selección de fotografías de las calles aledañas al actual museo, casi todas tomadas en la primera mitada del siglo XX. Definitivamente, uno nunca se cansa de mirar y volver a mirar el pasado de esta cambiante ciudad.

Cuando algunos nuevos museos caen en la tentación de montar exposiciones más cercanas a un parque de atracciones temático o a una tienda de souvenirs, la reapertura del ICP aporta mucho a restaurar la esperanza de preservar espacios para el arte y los artistas auténticos, más allá del atractivo turístico y comercial.