El poeta nicaragüense Ernesto Cardenal falleció a la edad de 95 años. Tuvo una vida larga y alucinante. Además de poeta fue sacerdote católico, militante de la teología de liberación y alcanzó fama internacional por su vinculación a la Revolución Sandinista que logró derrocar la tiranía del sátrapa Anastasio Somoza, tercero de una dinastía de dictadores que flageló por décadas a Nicaragua.

Asocio el nombre y la figura de Ernesto Cardenal con la etapa en que la cuestión de las utopías aparecía con frecuencia en las pláticas de los jóvenes universitarios de la década de los años 70. El triunfo de la Revolución Sandinista hizo pensar a muchos que un mundo mejor era posible. Que la humanidad era intrínsecamente bondadosa. Que podía accederse a un mundo mejor siguiendo el ejemplo de sacrificio de los sandinistas. Se requería valor, estar dispuesto a arriesgar la vida, pero era alcanzable.

Ernesto Cardenal ya era célebre en el mundillo cultural latinoamericano cuando se juntó al sandinismo para derrocar a una dictadura apoyada de manera burda por agencias norteamericanas, comenzando por la CIA. Era un poeta reconocido que había vivido, se dice, en un monasterio de Estados Unidos. Dicen que siempre vivió como monje, excepto porque le gustaba demasiado el vino. Al triunfo de la revolución fue nombrado ministro de Cultura.

Antes, en su juventud, había formada una suerte de comuna hippie latinoamericana en el archipiélago de Soletiname, donde además cultivaba su amor por la ciencia y acercaba a las artes a pescadores y campesinos. La utopía, pues.

Como era un sacerdote izquierdista tuvo fuertes encontronazos con la jerarquía católica romana que lo amonestó varias veces hasta que le prohibió administrar los sacramentos. La Teología de la Liberación era una corriente de pensamiento dentro de la iglesia que interpretaba a los evangelios a la luz d ella realidad de injusticia y marginación de los pueblos latinoamericanos.

Su tesis es que la verdadera revolución es el evangelio en la práctica. O sea, dar de comer al hambriento, dar casa, salud y educación, pero de manera institucional, con políticas públicas, esa as la verdadera revolución. Cardenal ubicaba su carácter revolucionario a la cabeza de su perfil. Dijo: he puesto al servicio de la revolución mi sacerdocio y mi poesía, porque entiendo que el cristianismo es la libración de la humanidad de toda opresión.

Era un poeta que quería que el pueblo leyera sus poemas. Por eso intentaba ser lo más sencillo y directo posible, como en este poema que es uno de sus más recordados

Al perderte yo a ti tú y yo hemos perdido: yo porque tú eras lo que yo más amaba y tú porque yo era el que te amaba más. Pero de nosotros dos tú pierdes más que yo: porque yo podré amar a otras como te amaba a ti, pero a ti no te amarán como te amaba yo.

Otro de sus poemas más célebres lo escribió cuando era seminarista y se enteró de la muerte de Marilyn Monroe y escribió lo que trató de ser al principio una oración por el descanso del alma de la actriz:

Señor. Recibe a esta muchacha conocida en toda la Tierra con el nombre de Marilyn Monroe, que ahora se presenta ante Ti sin ningún maquillaje, sin su Agente de Prensa sin fotógrafos y sin firmar autógrafos, sola como un astronauta frente a la noche espacial. Tú conoces nuestros sueños mejor que los psiquiatras. Ella tenía hambre de amor y le ofrecimos tranquilizantes.

Las utopías son una fantasía vintage. Pueden catalogarse como antigüedad.  Rara vez aparecen en alguna charla de viejos o de jóvenes. Acaso porque las utopías tienen la mala costumbre de transformarse en pesadillas. Ahí está, para no ir lejos, el ejemplo de Nicaragua. Los guerrilleros sandinistas lograron derrocar a una dictadura tiránica para conformar ellos mismos otra dictadura tiránica, enquistada en el poder. Cardenal murió distanciado del actual tirano de ese país, Daniel Ortega, antiguo guerrillero sandinista.  Sus restos descansan en el archipiélago Solentiname donde el poeta cultivó su utopía.