Con cariño y respeto a abuelo José y tío Luis
Cuando pienso en la tierra lacustre, no sólo vienen a mi mente los ahuejotes, el lago, las flores sino un estilo de vida anclado a otras costumbres y formas de habitar.
En recientes días se lee en los periódicos que Xochimilco se ha vuelto al semáforo rojo, pues los casos de COVID-19 han ido en aumento, para mi familia y mi persona es un tiempo lleno de complejidades, enseñanzas y reflexiones.
Durante toda mi vida he residido en Tlaxialtemalco ubicado a una y media aproximadamente del “centro” de la Ciudad de México (cuando no hay tráfico), de manera cotidiana despertamos temprano, nos alistamos y emprendemos este migrar continuo a las labores ubicadas en espacios centralizados, en tiempo de lluvias es especialmente una odisea volver a casa, pero lo que siempre he reconocido es que la gente de la zona es gente de trabajo.
Mi familia paterna es originaria de este pueblo y principalmente mi abuela Francisca y mi abuelo Manuel se dedicaron al cuidado y sembradío de las chinampas, su vida transitó en la costumbre de ir al espacio de trabajo, conversar, saludar, convivir y ser parte de la organización comunitaria que es la fiesta.
Mi familia materna llegó al pueblo hace poco más de 40 años, la vida de mi abuelo José (q.p,d) fue una vida de comerciante en donde de manera cotidiana saludaba a los clientes y no era extraño verle platicar por largos periodos de tiempo.
A partir de la generación de mis padres la vida fue dando un vuelco hacia el anhelado “progreso” en donde la promesa era obtener un trabajo estable, sin tanta “chinga” como suelen decir las personas de por aquí, la profesionalización se fue dando paulatinamente y poco a poco la costumbre se fue transformando, cada vez se pasaba menos tiempo en el campo, en la charla con vecinos, pero siempre se conservó la fiesta, misma en donde se recibía a las personas de la Ciudad.
La aglomeración por la festividad es el cotidiano o al menos lo era hasta la aparición de un extraño bicho del cual no se sabía bien su efecto, lo que nunca nos imaginamos es que ese bicho tocara a la puerta no sólo de nuestra familia sino de muchos vecinos y vecinas.
El centro de pueblo es habitado por familias longevas, casi todas las personas se conocen e interactúan sobre todo en el mercado y las fiestas, fue así que poco a poco comenzamos a escuchar de casos en donde la enfermedad se hacía presente, se encendieron las alertas y las acciones familiares no cesaron en búsqueda de métodos y vías de prevención; sin embargo, no fue suficiente, el bicho apareció una tarde/noche del último día de abril, sonó el teléfono y era mi tía avisando que abuelo José (q.p.d) tenía fiebre y un dolor agudo en el pecho, los pensamientos no fueron positivos pero a la vez existía la esperanza de que se tratara de una infección de otra índole, la negación se hizo presente y al fin el viernes por la tarde la incertidumbre cesó pues el estudio de los síntomas arrojaba un “positivo”.
Lo que vino a continuación fue una serie de preguntas que hasta la fecha no logramos resolver, llegaron los días más adversos, más complejos porque además se trataba de una enfermedad que no permitía el contacto…el apapacho.
Sin menor aviso todo fue lentamente tomando su curso y en esa misma semana fuimos conociendo otros casos, parece hubo un brote en el mercado, en el Chedraui, en el transporte público o en cualquier lado. Se escuchaba de personas que velaban a sus difuntos, haciendo caso omiso “a las normas sanitarias” pero parecía inconcebible despedirles así nomás.
El transcurrir de los días nos llevó a tener sentimientos que jamás habíamos experimentado, la incomprensión de las causas, la inesperada llegada de algo que modificaba toda la relación entre las personas.
Una mañana del primer viernes de mayo, nos avisaron que nuestro tío Luis (q.p.d) originario de Tlaxialtemalco pero residente de Tulyehualco (el pueblo vecino) no lo había logrado, había sucumbido a la voracidad del virus, no se sabe dónde pudo haberlo “pescado” pero lo que si relatan es que no tenía miedo y siguió laborando como de costumbre, como toda su vida lo había hecho. Este acontecimiento mermó los ánimos y las angustias seguían en incremento, fue así que una mañana de mayo, abuelo José (q.p.d) partió al hospital y sólo pudimos despedirnos en silencio mediante una video llamada en donde le expresamos mucho en unas cuantas palabras, ahora sé que cada una de ellas le acompañaron en esos dos días en los cuales estuvo internado. La noticia de su partida nos llegó un martes antes del amanecer, justo a la hora en la que solía despertar y ese mismo día otros tantos también partieron, de alguna forma el tío y abuelo emprendieron un viaje juntos, ambos hombres de trabajo y fuertes se acompañaron en ese recorrido al eterno descanso.
Estas letras ahora las pienso como un homenaje póstumo, como ese nudo en la garganta que queda y que no puede ser desmarañado sino con el tiempo y que se transforma en una fortaleza grande de aferrarnos a la vida de antes, que si bien se contrapone con “la norma sanitaria” también nos da sanación y entendimiento, aquellos rituales de despedida ahora se han transformado y de alguna forma sólo están en espera de que un tiempo menos confuso se haga presente.