Confesiones de un periodista: Yo inicié escribiendo la página de los horoscopos
Me convertí en astrólogo sin mirar el cielo
Me convertí en astrólogo sin mirar el cielo
Hice mis pininos periodísticos en una revista pequeña y chayotera. Un día el director me instruyó: “échate los horóscopos porque doña Mony anda desaparecida”. Pensé que bromeaba porque yo, recién egresado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, estaba ahí para otro cosa, para desmontar el entramado del poder en las altas esferas, o algo así, no para escribir los horóscopos que además iban en la penúltima página de la revista, un lugar sombrío y deshabitado.
Estuve uno par de minutos frente al desafío de la hoja en blanco cuando se me ocurrió una solución que juzgué ingeniosa: busqué una revista vieja y copié casi por completo los horóscopos de Doña Mony pero cambiándolos de signo. De modo que la ilusión de un amor inminente de Aries lo pasé a Piscis; el riesgo de los celos de Virgo a Tauro; la acechanza de una enfermedad crónica de Capricornio a Cáncer y terminé en un dos por tres. Una trampa indolora, o eso creí. Géminis recibiría consejos del viejo de la tribu que le tocaban a Sagitario y Libra dejaría de cargar con los problemas ajenos.
Durante las pocas semanas que suplí a doña Mony en la página de los horóscopos aprendí que los lectores suelen saltarse la nota sobre los jaloneos en el Congreso, pero nadie se resiste a leer el parrafito de su signo, ni el de la persona que le gusta. Si dice “estás en el umbral de un triunfo en tu vida sentimental” hasta viajar en el Metro parece cómodo, pero sí el mensaje advierte “alguien de tu entorno te tiene envidia “ empiezas a tirarle mala onda a los vecinos.
Usé esa chamba para darme ánimos y para intentar ligues de tres bandas. Auguraba que a los de Virgo, que es mi signo, les esperaban, por su capacidad analítica y búsqueda de la perfección, tiempos de abundancia en lo material y que pronto posarían sus pies en las tierras del amor.
Me preguntaba si esas tierras, me refiero a las del amor, eran las de la recepción de la revista donde Noemí contestaba los teléfonos mientras se tironeaba con energía la minifalda que subía sin obedecerle sobre sus muslos. Ella era Acuario y lo único que no se perdía de la revista era la página de los horóscopos. Escribí en su signo que su hombre ideal podría estar más cerca de lo que ella se imaginaba, a unos pasos, quizá en la misma oficina. Nunca me hizo caso. Dejé los horóscopos y regresé a la política. Tiempo después me enteré que Noemí se hizo amante del director. Tal y como lo previó su horóscopo.