Si un día no regreso a casa, no saben de mí en mi empleo o en el lugar en el que estudio.  Si un día no contesto un mensaje, un correo o una llamada de un número conocido.  Si después de que pase una sola noche en que ni mis allegados sepan en qué lugar y con quién estoy, entonces, ayúdenle a mi familia a buscarme, por favor.  Prefiero que me encuentren sin vida pero que sepan en dónde estoy. No quiero ser un fantasma que destroce de incertidumbre a mi hijo con el paso de los años.

No pido que lo quemen todo por mí porque en este país importan más las formas que las víctimas, las causas, los involucrados y las consecuencias. No pido que protesten por mí como otro caso más de la injusticia y la corrupción que nos arrastran.  No pido que paren las carreteras por mí porque nada dura en cartelera más de tres días.

Si un día, una tarde o una noche no regreso de la misma forma en que cientos de mujeres y niños no vuelven a sus casas, sólo asegúrense de no bajar la guardia, de seguir escribiendo, de seguir estudiando sobre la demoledora violencia que nos atrapa, de seguir visibilizando la maraña de podredumbre social y política que no permite ser desenredada por donde se le ataque, de seguir tejiendo redes de protección y sororidad que nos cuiden a falta de políticas y protocolos de seguridad que realmente funcionen.

Si me matan que quede constancia que hasta el último minuto elegí con profundo sentido de libertad el camino andado; mis procesos reconstructivos como ser humano, como madre, como hija, como hermana, como amiga y como profesional.  Que siempre creí y me esforcé en mi deseo de ser.

Si no regreso que se sepa que siempre fui una madre de tiempo completo por voluntad y amor profundo, una devota universitaria, una estudiante comprometida, una andariega apasionada, una paciente psicoterapéutica consciente de sus vulnerabilidades, una amante de la astronomía, una contadora de cuentos y hacedora de historias, una profesora de medio pelo que ha dejado la piel en cada aula, con cada alumno.

Si un día no vuelvo porque me mataron, me niego a ser juzgada porque algún brillante burócrata suponga que me fui con un amante (a mi edad eso no tiene sentido, ¿a qué lugar he de ir si no tengo a quién rendirle cuentas?), porque me cansé de mis responsabilidades como mamá (cuando lo único que realmente le da valor a mis días es el niño por el que vivo).  Me niego a ser putificada y expuesta al escarnio por mis decisiones y por el machismo mexicano recalcitrante.

Si un día no regreso porque la fuerza física de alguien más sobrepasó la mía y nadie puede dar explicaciones de lo que me ocurrió, lo único que pido es que aquellos que me aman, sepan que peleé hasta el último momento, que nunca me rendí, que preferí la dignidad hasta el final al terror sin esperanza. 

Si me matan a mí o a quien sea, incendiemos la consciencia colectiva: es nuestra deuda histórica con las generaciones que nos suceden. Pero, si hay que quemar todo literalmente porque no podemos más con esto y hemos comprendido la barbarie: incendiémoslo todo por todas y todos.