Era callejero por derecho propio,

su filosofía de la libertad

fue ganar la suya sin atar a otros

y sobre los otros no pasar jamás.

Alberto Cortez

Hace 4 años  volteé a ver la calle. Dejé de lado los audífonos, limpié mis lentes, abrí los ojos y los dirigí fuera de la pantalla del celular, algo tenía que cambiar dentro de una rutina asfixiante no tanto por los distintos destinos, sino por los trayectos cuyas opciones eran pocas para llegar a dichos destinos, uno de ellos y el final, a casa.

Crecí en la Alcaldía Tláhuac: “en el cinturón de la miseria oriental del Sur”. Ya después me di cuenta que el Sur de la Ciudad de México, al menos en mayor percepción, era otra cosa totalmente distinta, pero miseria de la periferia del Oriente no. A excepción de los 4 años que viví en Guadalajara, mi infancia, adolescencia y juventud temprana las viví ahí, en una colonia joven con nombre de satélite artificial, cuya historia existe gracias a un pueblo contiguo llamado San Francisco Tlaltenco, algo pintoresco, con algunas casas que narran brevemente el “Aquí vivió…” fugaz de algunos seres mitológicos de la Revolución Mexicana. En resumen, uno de los tantos pueblos marcados por la resistencia comunitaria y sin remedio urbanizados.

Foto por Alejandro Cerón

A pesar de las controversias políticas, la sangre de los ejidos que corrió y las descomposturas sociales, llegó la tan esperada Línea 12 del Metro, la Dorada, que por un lado hizo efectivo el ahorro del tiempo en la vida de las personas de hasta 1 hora en la migración diaria y por otro lado, potencializó y complejizó los problemas propios del “progreso”.

Fue gracias a la llegada de esta maquinaria que algo cambió en mí junto con la alteración del paisajismo de estas zonas y algo también se zangoloteó tanto que se hizo visible y me hizo verlos, aunque ya sabía de su existencia, me hizo realmente verlos: perros callejeros.

Veo fotos análogas y escucho historias de mi infancia y constato que desde niña he tenido contacto con perros y gatos, ahora de adulta he tratado de recordar este pasado para comprender mi relación con estos animales y tener claridad en por qué hago lo que hago y lo que haré el resto de mi vida para forjar sustento e ir contra seguras contra corrientes que surgirán en el camino infernal. Me he planteado trabajar para incidir en mi comunidad de origen observando la relación de las personas con los animales, con el fin de mejorar las condiciones ambientales y sociales, disminuyendo la población de perros y gatos abandonados y maltratados, paisaje normalizado en las colonias de esta Alcaldía. 

Hilar mi historia, caminar por la colonia observando a las personas, a sus animales de compañía y a los que carecen de compañía y habitan en las calles, se ha convertido, en un inicio, en un acto de intervención por medio de Minicampañas de esterilización a bajo costo, un esfuerzo civil que conocí por la Fundación Antonio Haghenbeck y de la Lama I.A.P., quienes convocaron a los ciudadanos a abrir las puertas de sus casas para colaborar con veterinarios y otros voluntarios que quisieran sumarse a la tarea, para llevar a cabo jornadas de esterilización vecinales en distintas colonias de la ciudad.

No tuve oportunidad de llevar a cabo una Minicampaña con esta Fundación pero no quité el dedo del renglón y asistí a una campaña masiva que organizaron en conjunto con El MURO (Asociación dedicada a la creación e implementación de planes ciudadanos para disminuir los niveles de violencia por medio de la concientización del maltrato animal y su reversión en la adopción y tenencia responsable) donde conocí a una veterinaria con quien he organizado algunas Minicampañas. Ella también es de la comunidad y además de su joven edad, me sorprendió la energía con la que trabaja y la claridad de su objetivo en la vida: “Desde niña me han gustado mucho los perros, es mi animal favorito; me pregunté cómo podía ayudarlos, entonces decidí estudiar Veterinaria”. Son ricos sus relatos sobre las jornadas en regiones dentro y fuera de la Ciudad de México y vislumbran indiscutiblemente a un sector profesional al que acercarse para trabajar en programas, intervenciones y hasta en normativas que podrían solucionar los conflictos en salud ambiental urbana.

Es importante señalar que más allá de brindar un servicio ciudadano o de atender en la inmediatez el claro problema de la indeseada reproducción animal que origina -entre otros problemas-, el abandono, la visión de este tipo de intervenciones es más integral: desde volantear folletos informativos, pegarlos en los comercios locales, en el mercado, en los espacios públicos, acercarse y conversar con los vecinos, estar en comunicación con personas de la comunidad, charlar con las personas que llevan a sus mascotas a esterilizar, encontrar en el camino animales arrojados al mundo a su sobrevivencia y/o en deplorables condiciones fisiológicas y emocionales. Observo dos grandes escenarios: la existencia de una violencia deliberada que convive con otras perversidades, locuras y oscuridades, y las grandes virtudes que representa un animal de compañía en las casas, en el individuo, en las familias, en la sociedad.

Foto: Alejandro Cerón

Con las Minicampañas realizadas -aún me culpo por haber perdido tanto años y no haber hecho esto antes, supongo que debía pasar por otras experiencias para llegar a este punto-, traigo atoradas historias hermosas y tristes respecto al humano vinculado al animal domesticado. Me ha quedado claro que, además de ser un actual movilizador social junto con el feminismo y el ambientalismo, el animalismo acotado en este caso, es también un buen indicador de las condiciones de vida colectiva: “Dime qué perros hay en tu colonia y te diré dónde vives”. Desde sus pequeños albores, este trabajo antrozoológico visualiza las diferencias entre personas reunidas en un mismo espacio por un objetivo común y revela las perspectivas, ideologías y rasgos culturales que se han documentado sobre el hombre frente a las especies animales, consideradas en algún  momento de la historia inferiores.

“Esterilizar es un acto de amor” y como tal, hay diversidad en la forma en la que se actúa amorosamente pero todo habla: hasta los que no hablan y se sientan a esperar la cirugía y que les entreguen a su mascota, hablan; hablan los que casi terapéuticamente encuentran en el desconocido un vínculo en el que se platican cosas de formas que hace mucho no hacían. Aquellos que jamás habían experimentado con su animal salir del patio y llaman la atención por no llevarlos con collar, con correa o dentro de jaulas adecuadas para transportarlos. Están los más desesperados, que les toca aprender la paciencia porque su mascota es la última en despertar de la jornada o los jóvenes que empiezan a saber lo que es el amor, tal vez sin así enunciarlo, cuidando al otro, viendo por un ser vivo que no es ellos; o la señora que alimenta a una horda de perros callejeros y los lleva a esterilizar poco a poco, aunque en el camino dos han muerto. Los que no llegaron por falta de dinero, los que decidieron atender otro tipo de cuestiones; los activistas que cuentan heroicamente la forma en la que rescataron a sus perros completamente regenerados y rehabilitados de una amputación, de las peleas caninas, del atropello o inanición. Y por último, habla la niña que cuenta con una sonrisa que la boxer que llevó con su mamá tuvo ocho perritos de los cuales algunos se los llevó su papá quién sabe a dónde, fue el último perro en irse y a pesar de que estaba recién operada, la tristeza se le salía por los ojos. Tardaron dos horas en irla a recoger —la angustia de que abandonen a los animales en estas jornadas, es latente— y cuando eso pasó, había en el ambiente una certeza de que esta perrita vivía en condiciones precarias.

Ya me lo había advertido mi terapeuta en el borrador de su libro y de su historia de vida nauseabundamente inspiradora: trabajar en aquello que revela las patologías propias del hombre es adentrarse al infierno, trabajar con la pulsión de muerte luchando por la vida y peleando por la causa. A pesar de no tener muchas respuestas ante mi anhelo, esto ha servido para vincularme de otra manera con mis orígenes y mis emociones ante las vorágines vertiginosas y complejas que ocurren alrededor; la fortaleza se va trabajando al regresar a mi comunidad con otras sensaciones —a veces aún entró con el miedo de salir y soñar con alguna imagen de la realidad insertada en mi trauma que es también el de los demás—, con la disposición de seguir abriendo los ojos para acatar aquello en lo que debo trabajar simultáneo a la entereza que debo forjar y la sensibilidad con  que debo proseguir trabajando.

En un artículo de la Fundación Affinity, leí: “La presencia de animales de compañía en el entorno ha demostrado ser una fuente de capital social, factor que permite que las personas se mantengan vinculadas a su comunidad de forma beneficiosa y positiva y con una actitud prosocial.”. Queda claro que más allá de la bondad humana de ver por este segmento vulnerable no humano y sobre todo, más allá de señalar, maldecir, juzgar y culpar a la crueldad, esta problemática precisamente deviene de lo humano muy humano y por lo tanto desde ahí considero se debe partir, ¿qué se debe comprender en lo que está pasando para poder incidir de manera asertiva, viendo hacia el bienestar social para integrarlo a la convivencia con el bienestar animal?