Soy una tripulante de los cruceros Holland America Line, la cual pertenece a Carnival Corporation. Hace dos meses la compañía decidió pausar temporalmente sus actividades debido a la pandemia por coronavirus, desde entonces han estado intentando repatriar a todos los tripulantes de distintas nacionalidades que estamos todavía a bordo.

Quiero contar mi experiencia en estos 65 días varada en el mar. Ha sido un periodo muy difícil. Imagino que estar en tierra no es probablemente tan diferente, ninguno estábamos preparados para esto, pero estar a bordo con tantas limitaciones, información cambiando cada minuto, nos ha puesto a prueba en muchos sentidos.

El domingo 15 de marzo fue el día que inició la cuarentena y todo comenzó a cambiar rápidamente. Ese día terminó nuestro último crucero “normal”, digo normal porque fue la última vez que hubieron pasajeros a bordo, aunque desde días antes ya se sentía mucha tensión. Tanto huéspedes como tripulantes estábamos muy nerviosos;  incrementaron mucho las acciones y protocolos de sanidad, teníamos que desinfectar todas las superficies cada hora y en algunos lugares específicos como bares y restaurantes incluso cada 15 minutos.

Esa semana una pasajera murió, algo común a bordo en cruceros, pero afectó el proceso de desembarque, las autoridades en Fort Lauderdale detuvieron todo hasta que se aseguraron de que la causa de la muerte no había sido por COVID-19. 

Después de muchas horas de espera, alrededor de las 4:30 pm finalmente desembarcaron a todos los pasajeros. Nosotros zarpamos cerca de Bahamas donde estuvimos anclados más de un mes y medio y en donde también habían alrededor de otros nueve barcos. Sólo se nos permitió volver a Florida por provisiones y recargar combustible dos veces pero no se permitió el desembarco de la tripulación. 

Casi tres semanas después de haber comenzado nuestra cuarentena nos llegó un comunicado mencionando que uno de los pasajeros de nuestro último viaje había dado positivo a coronavirus, pocos días después se presentó el primer caso a bordo, al día siguiente había más personas contagiadas presentando síntomas. Aproximadamente 120 personas fuimos aisladas porque tuvimos algún tipo de contacto con las personas que resultaron positivas. 

La primera semana que zarpamos hacia Bahamas la vida a bordo no fue tan estresante. Los primeros días hubieron fiestas casi todas la noches, podíamos utilizar todas las instalaciones del barco, el clima del Caribe era perfecto, las horas de trabajo fueron reducidas, se sentían como unas vacaciones pagadas pero fue sólo cuestión de tiempo en lo que todo cambió. 

Para mí, la segunda semana ya fue muy estresante, tenía demasiado tiempo libre y tantas cosas inciertas empezaban a preocuparme. A mediados de la tercera semana mis emociones eran un caos, las cosas empezaron a cambiar, empezaron las restricciones y limitaciones, cerraron la alberca y el gimnasio, se implementó el distanciamiento social, todo eso sumado a la incertidumbre de no saber cuándo volvería a tocar tierra. Lo que más me desató ansiedad y depresión fue saber que no podía volver a casa si mi familia me necesitara. 

Me prueba por Covid-19 afortunadamente salió negativa, pero pese a ello fui aislada durante 14 días como medida de prevención. Debido a mi evidente estado de ánimo y a un pequeño error de parte del equipo médico, a diferencia de la mayoría de las personas, fui a aislada con una chica holandesa con quien compartía habitación desde que inicié mi contrato y a quien le estoy infinitamente agradecida por toda la ayuda que me brindó en esos momentos.

Estuvimos aisladas en una habitación con balcón sin poder salir para nada. Fueron 14 días combinados de momentos de mucho estrés, enojo, frustración, desesperación, lágrimas, ejercicio, risas, vino, rompiendo y creando nuestras propias reglas. 

Aprendí a sobrellevar mi ansiedad pero salir de aislamiento fue más difícil de lo que imaginé, tenía miedo. No miedo a enfermarme, sino miedo al estar en un lugar con muchas personas. Sentía una invasión a mi espacio y privacidad. Mi ansiedad regresó y sentía que me sofocaba y regresaba a encerrarme a mi habitación. Gracias a la ayuda de muchas personas a mi alrededor, amigos y familiares que aunque estaban lejos de mí nunca me dejaron sola, esa sensación fue desapareciendo al cabo de algunos días. 

Se nos asignaron cabinas de huéspedes con balcón a cada persona, la compañía nos dio internet gratis durante algunos días y estuvimos varias semanas en nivel 2 y 3, teniendo que adherirnos a protocolos muy estrictos establecidos por el Centro de Control de Enfermedades de los Estados Unidos (CDC): toma de temperaturas diarias dos veces al día, áreas públicas cerradas, horarios de alimentos establecidos, sólo teníamos permitido salir a comer y durante el horario de trabajo, el tiempo restante debíamos permanecer en nuestras habitaciones; era obligatorio utilizar cubrebocas en todas las áreas del barco, nada de contacto físico. En el restaurante sólo se permitía una persona por mesa e inmediatamente después de terminar teníamos que volver a nuestras habitaciones, nada de reuniones ni actividades sociales de ningún tipo. 

Muchos países nos negaron la entrada. El corporativo optó por empezar a utilizar barcos de diferentes navieras para repatriar a toda la tripulación. Varios barcos zarparon para Asia, Europa, Australia. Yo fui transferida en bote al Carnival Princess donde actualmente habemos alrededor de mil personas de países de varias islas del Caribe, Centroamérica, Sudamérica y 256 mexicanos. Somos tripulantes de 41 barcos de diferentes compañías como Holland America, Princess, Carnival y Seabourn

Sólo unas pocas personas han logrado desembarcar. Nosotros estamos desde hace una semana anclados cerca de Barbados donde esperamos la confirmación de otros países para poder llegar. Desde que todo comenzó la información que se nos dan cambia constantemente, países confirman aceptarnos y a las pocas horas las políticas cambian otra vez y todo se cancela. Es un subibaja de emociones. 

Tenemos alimento y suministros, pero he notado que algunas cosas empiezan a escasear o hay en menores cantidades. Actualmente estamos en nivel 1, la alberca y el gimnasio están abiertos de nuevo, los cubrebocas son opcionales, un máximo de dos personas por elevador, algunas noches tenemos música en vivo, las grandes reuniones sociales todavía no están permitidas pero ya hay más libertad, seguimos con el chequeo de temperaturas dos veces al día y sólo podemos consumir dos bebidas alcohólicas al día por persona.

Los tripulantes estamos desesperados. Ha habido huelga de hambre y en las últimas semanas hubieron varios suicidios. 

He tratado de llevar una rutina: desayuno, chequeo de temperatura, yoga, meditación, almuerzo, segundo chequeo de temperatura, otra hora de ejercicio, soy voluntaria en el bar medio tiempo, cena, más ejercicio o noche de películas. Tengo días buenos y días en los que despierto harta y malhumorada, no quiero ver ni interactuar con nadie y no me interesa salir de mi cuarto. 

Puede no sonar tan malo y de verdad intento mantenerme positiva pensando que cada día falta menos para volver a casa, muchas personas me dicen que tengo suerte de estar acá, no sé cómo explicarles para que entiendan cómo es estar a bordo, intentando mantenerme activa, sana y cuerda todos los dás.

Tengo varios años trabajando en cruceros y estoy acostumbrada a este tipo de vida que me hace pasar largas temporadas lejos de familiares y amigos. Esta situación es completamente diferente y complicada para mí. Extraño cosas simples, como poder caminar en el pasto y ver árboles, tener la libertad de escoger mis horarios de comida, sentirme útil y productiva. Extraño mi libertad.

Estoy muy agradecida con las empresas, pese a las circunstancias y las regulaciones que deben cumplir, nos han tratado muy bien a bordo. No hay muchas opciones de alimentos pero realmente se esfuerzan. Tenemos una buena selección de películas e intentan acomodar todas nuestras peticiones. Ahora hay buen internet con un precio accesible; el capitán y el director del hotel del barco siempre están dispuestos a escucharnos, diario hacen rondas  preguntando cómo estamos y cómo nos sentimos, intentando mantenernos informados de todo. 

Es muy frustrante que muchos países nos están negando la entrada, se siente como si nos impidieran volver a casa. Estamos sanos a bordo y lo hemos estado durante mucho tiempo.  Algunos amigos que ya lograron volver ahora se sienten rechazados, muchas personas creen que podemos ser portadores. Pero realmente llevamos tanto tiempo aislados que ya cumplimos más del tiempo necesario de cuarentena.

En el caso de México, nos confirmaron que se llegó a un acuerdo con el gobierno para llegar a Cozumel a finales de mayo, pero he presenciado tantos cambios sin previo aviso ni explicación que prefiero no hacerme esperanzas. 

Recientemente los barcos Disney Fantasy y Koningsdam lograron desembarcar a sus tripulantes mexicanos en Cozumel y Puerto Vallarta pero nosotros seguimos en la larga lista de espera.

Algunos países como Perú y Argentina mandaron vuelos charter ¨reclamando¨ a sus ciudadanos y afortunadamente algunos pudieron ser repatriados. Estuve en contacto con la Secretaría de Relaciones Exteriores  al principio de esta cuarentena y la respuesta fue que estaban en constante comunicación con la naviera y dando seguimiento a nuestra situación pero dos meses después sigo en altamar. 

Una de las peores partes de la pandemia son la incertidumbre y la espera. Somos miles de tripulantes, tanto de de compañías de cruceros como barcos de carga en esta misma situación. Hay muchas personas que se sienten bien, más seguros y tranquilos a bordo pero también somos muchos otros que pedimos que por favor nos dejen volver. 

El artículo fue firmado por otra persona para proteger la identidad del tripulante*

No dejes de leer también Tormentas: lo que une a Mijaíl Lérmontov con Leonard Cohen